Fe y razón en una cáscara de nuez

Tras la primera entrada dedicada al liderazgo ignaciano, continúo comentando algunos puntos de encuentro entre la vocación de jesuita y la de ingeniero. En esta ocasión, propongo algunas ideas sobre el diálogo entre fe y razón. El tema admitiría múltiples puntos de entrada, y sería inútil tratar de agotarlo. Por ese motivo, al mismo tiempo, creo que siempre son oportunas nuevas invitaciones para acercarse a la cuestión, como es el caso de esta breve propuesta.

Razón y experiencia

La relación entre fe y razón, como tensión y diálogo, está presente de una forma u otra a lo largo de toda la historia de la Iglesia. En todo momento se intenta formular con la razón lo que se vive desde la fe, desde distintas claves.

Esto es fácil de entender pensando en cualquier vida humana. En toda vida se van entrelazando la experiencia con el intento de pensar y elaborar esa experiencia. A medida que pasa el tiempo, que aprendemos y vivimos nuevas situaciones, necesitamos seguir pensando para integrar lo ocurrido en nuestra forma de entender el mundo.

Con la fe ocurre algo parecido. Podemos hablar una experiencia religiosa, una experiencia de fe que, además de ser vivida, es formulada y pensada por personas concretas en un tiempo determinado. La persona que vive esa experiencia se siente invitada a compartirla, a no guardarse aquello que ha encontrado. La experiencia en sí es personal, no se puede transferir, por lo que trata de encontrar las palabras para invitar a otras personas a que puedan hacer suya también esa experiencia. Estas palabras pueden incluir narraciones, sentimientos o ideas sobre cómo entiende la persona lo que le ha ocurrido. Quienes quieren participar de esa experiencia, tienen que buscar la forma de hacerlas suyas.

Esta comunicación se va dando también a lo largo de sucesivas generaciones a lo largo del tiempo, y tiene que ver con lo que llamamos tradición. En cada época, la fe se comunica con una formulación determinada, propia del pensamiento de ese momento. Esa fe recibida tiene que ser vivida y experimentada por la siguiente generación. Entonces, esa generación tiene a su vez que repensarla y poder expresarla en sus propio lenguaje y categorías de pensamiento, porque estos van cambiando a lo largo del tiempo. Por lo tanto, hay siempre una tensión entre poder remitir a la experiencia original, a lo más auténtico, con todo su valor, y poder expresarla de forma que sea accesible en cada tiempo y contexto concretos.

En la historia de la Iglesia

Este proceso se ve en la historia de la Iglesia. Desde los primeros siglos, los cristianos entablan un diálogo con sus contemporáneos para comunicar su fe. Entre los primeros interlocutores que encuentran los cristianos estaban aquellos en el ámbito filosofía estoica. En el s. IV San Agustín ofrece una síntesis de la teología cristiana con influencia del pensamiento de Platón. Más tarde, Santo Tomás en el siglo XIII elabora un texto para enseñar teología articulándola con las ideas aristotélicas.

Sin embargo, a partir del Renacimiento, Occidente empieza a experimentar una gran cantidad de cambios. Poco a poco va surgiendo el pensamiento de la sociedad moderna, que es la matriz en la que surge a su vez el pensamiento científico actual. Van sucediéndose cambios sociales y tecnológicos, en la comunicación y los transportes.

La misma estructura de la Iglesia no esta exenta de corrupciones y conflictos. Sin entrar en detalles, podríamos decir que, en este entorno muy complejo, en parte por razones históricas y sociológicas, la Iglesia percibe que para proteger las verdades fundamentales de la fe tiene que mantener todo el sistema de pensamiento, sin cuestionar nada (de donde tampoco podemos excluir que personas concretas, además, estuviesen tratando de defender sus propios privilegios). De esta forma, durante los siglos más recientes, coincidiendo con el desarrollo del pensamiento moderno (y postmoderno), el diálogo se hizo más difícil.

Esta situación encuentra un cambio de rumbo con el Concilio Vaticano II, que es convocado en 1959 y concluye en 1963. Se trata de uno de los acontecimientos religiosos más importantes del siglo XX. bajo la iniciativa del papa Juan XXIII, se trata de un concilio ecuménico, es decir, que no sólo son convocados los principales miembros de la jerarquía católica, sino que fueron invitados a participar también miembros de otras tradiciones cristianas. Como hilo conductor del Concilio, Juan XXIII propone un aggiornamento, es decir, una puesta al día, de forma que la Iglesia, siendo fiel a las verdades fundamentales de la fe, repiense su propia identidad y su relación con el mundo en el contexto actual.

De los documentos generados por el Concilio, señalo dos ideas que me parece que han sido especialmente importantes para revitalizar el diálogo entre fe y razón.

La primera es la autonomía de las realidades terrenas. Esto quiere decir que se entiende que Dios crea la Naturaleza junto con sus leyes, de forma que es legítimo estudiarla mediante la ciencia y la técnica, y elaborar teorías, sin que eso cuestione o tenga que entrar en conflicto con la comprensión de la fe.

Por otra parte, la Biblia se sigue entendiendo como Palabra de Dios, pero se destaca que es un texto que necesita ser interpretado. El texto es revelación de Dios, pero lo es en la historia y la vida concretas de distintas personas a través de su propia experiencia y contexto vital. Es necesario profundizar en la historia, el contexto y el género literario de cada texto para entenderlo adecuadamente desde la fe.

Fe y ciencia

Con estas dos claves es se abren posibilidades para integrar las perspectivas de la ciencia y la fe. Podemos verlo en dos ejemplos frecuentemente comentados como conflicto entre ambas. Estos serían el origen del Universo y la teoría de la evolución. Durante un tiempo se ha planteado la polémica entre aceptar la explicación científica del Big Bang y la evolución, o la narración del texto del Génesis.

Con la ayuda del Vaticano II, vemos que no tiene por qué haber oposición. La creación no se entiende como reducida a un acto puntal de Dios. Se refiere más bien a que la realidad de todo es sostenida por Dios en la existencia en todo momento y en todos sus aspectos y niveles: espacio, tiempo, materia, procesos, leyes naturales, vida, etc.

Los relatos bíblicos de la creación, bien interpretados, no intentan dar una descripción precisa de los acontecimientos. Apuntan por una parte a la trascendencia de Dios, y por otra al sentido de la existencia. Dentro de esa comprensión, encontramos que una visión positiva y organizada del mundo y el universo, dentro de la cual el ser humano, que es el que tiene capacidad de hacerse preguntas (científicas, teológicas, …) tiene un papel especial en esa creación. Leyendo este texto en el conjunto de la Biblia, la fe católica afirma que el motivo de esa creación es el amor. Dicho de otra manera, el amor es la realidad humana más adecuada para hablar del sentido de la creación, de la relación de Dios con el mundo, y de aquello a lo que estamos llamados a vivir. Al igual que el amor, la fe no anula la racionalidad, sino que orienta, activa e integra las potencias de la persona, la abre el encuentro con los demás, al crecimiento y a la realidad que hay más allá de sí misma.

Apéndice: lecturas sugeridas

Razón y fe

La Compañía de Jesús publica desde 1901 la revista Razón y fe, que abarca un amplio espectro de temas de reflexión e información cultural.

Ciencia y fe

La Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión en la Universidad Pontificia de Comillas ha editado una colección de libros dedicados al diálogo entre ciencia y religión. Una buena panorámica de la cuestión de la creación en relación con la ciencia se puede encontrar en:

William E. Carrol. “Creación y ciencia: ¿Ha eliminado la ciencia a Dios”, en Ciencia y creación ed. Luis Fernando Múnera et al. (Sal Terrae, 2018).

Una figura especialmente interesante en este diálogo es el jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Teilhard fue, además de sacerdote, geólogo y paleontólogo, y desde su perfil multidisciplinar dedicó gran atención a la cuestión de la evolución planetaria. Agustín Udías Vallina, también jesuita y catedrático emérito de Geofísica en la Universidad Complutense de Madrid, ofrece en el siguiente capítulo un resumen de su pensamiento sobre este tema.

Agustín Udías Vallina, “La evolución planetaria y el futuro de la humanidad en Teilhard de Chardin”, en Pensar después de Darwin, ed. Diego Bermejo (Sal Terrae, 2014).

Otros títulos del mismo autor son:


Written by andrescg2sj in reflexión on dom 30 enero 2022. Tags: ingeniería, jesuitas, fe, razón, ciencia,

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