¿Por qué no nos entendemos?

Estos días estamos atravesando circunstancias inéditas. Estamos viviendo un fuerte cambio. Podemos encontrar muchos análisis, muchos diagnósticos, muchos consejos. Por mi parte, aún no tengo claro qué puedo aportar. Pero la intuición que recojo de momento es la de un cambio de ritmo. Y he decidido aprovecharlo para sentarme al teclado, y escribir sobre algunas cosas que quería reflexionar desde hace algún tiempo. En gran medida tienen que ver con la comunicación y las relaciones. Puede que sean de alguna ayuda, teniendo en cuenta que compartiremos el espacio con las mismas personas más tiempo, y la comunicación se hará más importante si cabe para convivir.

Me gustaría comenzar pensando sobre el diálogo en sí. Y hay que acercarse con cuidado, porque es una palabra muy manoseada. A veces se confunde con negociar, con discutir, o como suma de dos monólogos sin escucha. Pero el diálogo que me interesa es otro. Es el que nos ayuda a acercarnos a la otra persona, a ir conociéndola, descubriéndola. Y también, el que nos amplía nuestra visión de la realidad, no sólo nos da nueva información sino que nos hace más sabios y humildes. Es entonces un diálogo que genera vínculos profundos y que nos hace crecer.

En nuestra época, la tecnología ha potenciado brutalmente nuestra capacidad de transmitir y recibir información. La pregunta es cómo está quedando nuestra capacidad de comunicarnos, a nivel humano. La pregunta no es nueva, ni es mía, pero hay ciertas preguntas que cada uno se siente llamado a hacer suyas, y tratar de dar una respuesta personal. Porque lo que salta a la vista muchas veces es lo contrario: nos polarizamos, formamos bandos ante cualquier situación. La tensión aumenta, y antes de que nos demos cuenta parece que no es posible matizar o tener una postura intermedia en muchos temas.

En este texto no pretendo agotar la cuestión, sino sencillamente ir sumergiendo los pies desde la orilla, y dar algunas claves que nos ayuden a ir cambiando de dirección.

Para ello, me fijo en nuestra forma de intercambiar las ideas. Muchas veces, cuando nos lanzan una idea que no nos gusta, que nos hace sentir incómodos, que parece poner en peligro algo a lo que damos valor, tratamos de neutralizar esa idea. Y una forma común de hacerlo es buscar un caso o un ejemplo que la lleven al extremo, y la pongan a la vista sus peores consecuencias.

Si nuestras conversaciones fuesen asépticas, o sencillamente académicas, sería una forma válida de argumentar. Pero normalmente aquello que proponemos tiene una historia detrás, responde a una experiencia, que puede estar atado una profunda huella emocional. Desde el otro lado, la conclusión que encontramos pueda ser equivocada, o no ser la más acertada. Pero si no limitamos a descartarla, a reducirla a sus extremos, podemos estar reduciendo a la otra persona a ese extremo, a una caricatura de sí misma. Hay que entender que si el otro defiende algo, puede ser porque es la única forma que ha encontrado de dar sentido a algo que ha vivido.

Con esto no estoy diciendo que haya que sacrificar la verdad al consenso, o a las impresiones subjetivas. Lo que digo es que no avanzamos en el conocimiento de la verdad si no incorporamos a nuestra reflexión la experiencia de la persona que tenemos delante, y no ayudamos a esa persona a avanzar si no le abrimos al menos una puerta para que pueda elaborar lo que ha vivido con sentido.

Por eso, creo que es muy iluminador el consejo de San Ignacio de Loyola: “salvar la proposición del prójimo”. Es decir: de lo que me están diciendo, ¿qué puedo rescatar? ¿qué puedo reconocer como bueno en lo que dice la otra persona, o en la forma de abordar la cuestión? Porque todo aquello que reconozca como bueno o válido en lo que el otro expresa, sirve para construir un terreno común. Desde ahí se puede construir un razonamiento compartido, y examinar juntos los puntos de tensión, de contradicción, y tratar de buscar una solución que pueda dar respuesta a las inquietudes de ambas partes.

No se trata solamente de un consejo piadoso, o de una técnica para reducir conflictos. El desarrollo de la filosofía hermenéutica en el s. XX nos hace caer en la cuenta de cómo pueda variar el sentido de una proposición dependiendo del contexto. Llevado a la vida y a las conversaciones, significa que las mismas palabras y las mismas frases pueden variar mucho de significado según quién las diga y quién las escuche. El diálogo debe ayudarnos primero a entender lo mejor posible cual es el significado profundo de lo que nos están diciendo. Si ante cualquier diferencia, presuponemos que el otro tiene mala intención o no tiene capacidad de pensar, estamos renunciando a comprender ese significado profundo que todavía no se ha manifestado. Para llegar a ello, es necesario matizar, preguntar, y sobre todo, escuchar con cuidado, buscando siempre lo bueno que hay en la otra persona. Si así lo hacemos, muy probablemente, al cabo de un tiempo, estaremos más cerca de la otra persona, y ella nos habrá ayudado a ser alguien que no podríamos llegar a ser por nosotros mismos.


Written by andrescg2sj in relación on mié 18 marzo 2020.

Comments

comments powered by Disqus